Sobre la COP21: Un acuerdo que genera esperanzas

Por Eduardo Agosta Scarel*

Dos semanas duró la XXI Conferencia de las Partes (COP21) en París, en la primera mitad de diciembre. El objetivo de la conferencia era finalizar un acuerdo entre 196 naciones para reducir las emisiones globales de dióxido de carbono, y para dar respuesta a temas tales como deforestación y finanzas de clima. Participé durante la segunda semana como delegado observador de la ONG Carmelita Internacional, junto a otro colega, abogado italiano, Andrea Ventimiglia, quien estuvo activo durante la primera semana.

Lo primero que uno podía observar al ingresar a la COP era el tamaño del evento. Abarcaba varias áreas amplias de exhibición, albergando cerca de 40000 delegados, incluyendo la prensa mundial. ¡Fui realmente feliz por haber llevado calzado confortable! En general, la organización del evento fue estupenda con una logística de excelencia, incluso con un alto nivel de seguridad, al estilo de aeropuerto con escáneres y presencia de policía armada.

La carrera de 15 días corridos de la COP comenzó con el turno de los líderes de 147 países para ofrecer sus pensamientos en un discurso de 3 minutos, los cuales casi inevitablemente eran escasos. Sus palabras cálidas y positivas dominaros la prensa ese día.

El verdadero y duro trabajo comenzó al otro día, el 1 de diciembre, cuando los negociadores se pusieron “manos a la obra” a trabajar sobre el borrador de 50 páginas para transformarlo en algo que los delegados nacionales pudieran regatear durante la segunda semana. Hubo largas noches, concesiones, abrazos y lágrimas antes de que se lograra el acuerdo. La forma final que tomó todavía estaba abierta a ulterior negociación durante la segunda semana.

Durante esta primera semana vimos que el mundo desarrollado estaba gustoso con mantener el umbral de calentamiento en algo menos de 2°C por encima de las temperaturas pre-industriales, mientras que muchas de las naciones pequeñas insulares querían un objetivo más estricto de 1.5°C. Un punto descollante fue la oferta de dinero por parte de las naciones más ricas para ayudar a las más pobres en la mitigación y la adaptación.

Hubo eventos individuales realizado por Organizaciones Gubernamentales que desplegaron un rol relevante en el campo de establecer el acuerdo: encabezando la lista estaba Francia, Indonesia, Estados Unidos, India, Marruecos y Japón. En ocasión del Día de Acción, Francia presentó un proyecto sumamente ambicioso respecto una la ayuda financiera de dos mil millones de euros para ayudar a países del África y francófonos, con el objetivo de ayudar a la extensión hacia áreas rurales del suministro eléctrico no dependiente de combustibles fósiles, sino de energía solar, viento y otras fuentes. De esta manera Francia ayudaría en un doble propósito: crear desarrollo económico en territorios postergados y evitar contaminación por dióxido de carbono. La posición de estos países líderes fue referente a lo largo del proceso de discusión. Asimismo, Estados Unidos, Alemania y Reino Unido compartieron en eventos específicos información científica sobre el calentamiento global, las causas y estrategias para influir en la política del clima.

Durante la segunda semana de la COP21, lo más relevante fue que los negociadores esta vez parecían determinados en lograr un fuerte acuerdo, trabajando duro pasada la medianoche cada día. El proceso de las negociones fue mucho mejor que el logrado en las COP pasadas, con pequeños grupos haciendo gran parte del trabajo. Estos sub grupos fueron creados para discutir aspectos contenciosos y editar aquellas “informalidades” en párrafos u oraciones particulares del borrador. Como observador ayudé a negociadores nacionales algunas veces en este proceso, especialmente en aspectos relativos a la reducción de emisión de carbono. La atención dada a cada detalle de redacción fue extraordinaria, bastante tediosa para alguien no involucrado directamente. En general era difícil darse cuenta de lo que estaba ocurriendo al interior de las sesiones. Hubo docenas de pequeños encuentros, muchos de ellos evidentemente discutiendo párrafos de texto sobre los “mecanismos de respuesta”. Vale la pena notar que los negociadores ya tenían discutidas muchas de estas observaciones tiempo atrás en las previas COP de Río y de Lima. Esta vez tenían 45 minutos para argumentar si tal o cual párrafo debía insertarse con o sin corchetes dentro del borrador del acuerdo (estos corchetes indicaban decisiones a tomar sobre las exactas palabras a elegir).

La ONG Carmelita presentó la posición tomada frente al cambio climático desde perspectivas políticas, sociales y científicas durante la sesión de la Asamblea Plenaria del 4 de diciembre. La ONG también pudo compartir la posición ante Cambio Climático y Desarrollo Sostenible durante el evento lateral que organizó la Santa Sede el 9 de diciembre. En esa ocasión el cardenal Peter Turkson, Presidente de la delegación de la Santa Sede y del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, brindó el mensaje del Papa condensado en la encíclica “Laudato Si”.

Mi trabajo como científico fue comunicar la ciencia a los equipos de negociadores, observadores interesados y la prensa, discutiendo sobre las temperaturas récord de los últimos años, el riesgo creciente en el sur de Sudamérica por olas de calor e inundaciones, los posibles balances para alcanzar el objetivo de 2°C y también las interacciones detalladas en este campo a nivel de Argentina para ayudar a los tomadores de decisión. Antes había participado como experto en clima para elaborar el Tercer Informe de la República Argentina ante la Convención Marco de Naciones Unidas del Cambio Climático (UNFCCC).

Respecto a la posición de Argentina cabe destacar lo siguiente: Fue bien conocido que el pliego de Argentina sobre las reducciones de carbón presentado en 1 de octubre pasado estuvo muy lejos de ser ambicioso, como se esperaba a nivel global. Aunque controversial, esta estrategia pudo haber sido una manobra política del gobierno saliente. En parte el pliego no reflejaba la política técnica y científica del país de largo plazo en estos años en temas de innovación tecnológica y energías alternativas. Desde esta posición técnico-científica, Argentina podría reducir las emisiones de dióxido de carbono en un 30 por ciento para el 2030, cambiando gradualmente su matriz energética basada en combustibles fósiles por otras energías renovables y mejorando la eficiencia energética (http://www.argentinainnovadora2020.mincyt.gob.ar/?page_id=312).

El gobierno nacional electo asumió el 10 de diciembre, casi al finalizar la cumbre del clima. No obstante, al día siguiente, el enviado del Presidente Mauricio Macri, Juan Carlos Villalonga, confirmó en su alocución del último día, que Argentina reverá su pliego de cambio climático antes de que se implemente el Acuerdo de París en el 2020. Hizo voto por un desarrollo económico de emisiones bajas en carbono y pidió por ayuda financiera por parte de los países desarrollados. En la plenaria dijo que “Revisaremos el pliego de clima del país dado que hemos identificado más oportunidades para aumentar nuestro nivel de ambición”, y que “Incluiremos un conjunto de medidas antes de la implementación en el 2020. Argentina tiene una oportunidad de entrar en la economía baja en carbono”. Estas declaraciones, al final del evento, estuvieron bastante más en acuerdo con la trayectoria tradicional del país en materia de cambio climático.

Luego de esas dos semanas, el sábado 12 de diciembre la cumbre del clima COP21 finalizó con un acuerdo consensuado por 196 países para mantener la temperatura media global bastante menos que 2°C por encima de niveles pre-industriales, y con un compromiso de doblar los esfuerzos para alcanzar los 1.5°C al final el siglo, tal como recomienda la ciencia del clima. Cada país deberá ratificar el documento, que será operacional después del 2020. Hasta entonces cada país, incluyendo Argentina, tiene que revisar y proveer un plan nacional concreto y ambicioso de descarbonización bajo la guía de la ciencia y la técnica según las posibilidades de cada país y en un marco global establecido por el acuerdo.

El texto final, que fue presentado un día más tarde de lo planificado, determina una revisión cada cinco años de los compromisos voluntarios hechos por cada país (conocidos como INDCs, siglas en inglés), con el objetivo de lograr cada vez un mayor compromiso hacia la descarbonización del planeta y alcanzar la “neutralidad” de emisiones para la segunda mitad del siglo según la ciencia. En términos de financiamiento(o sea, quién paga y cómo los costos de la mitigación y la adaptación), las Partes acordaron un compromiso de los países con mayores capacidades y con responsabilidades históricas a proveer de ayuda financiera a aquellos países que más sufren las consecuencias del cambio climático. En este sentido, una base anual de 100 mil millones de dólares se estableció desde el 2020 al 2025, año a partir del cual debería empezar un escalamiento de la financiación, lo cual significa que los aportes financieros deben mejorarse en el futuro.

Cabe notar que el tema de los Derechos Humanos ha tenido poca relevancia en el documento final, al menos, bastante menos que lo esperado por algunos países y organizaciones de la sociedad civil global. Ellos sólo están mencionados en el Preámbulo del Acuerdo, reconociendo la necesidad de proteger a los pueblos originarios y las comunidades más vulnerables a las acciones que deberán tomarse para combatir el cambio climático. El documento final será firmado por todos los países miembros que son parte de la Convención en abril del 2016 en Nueva York. Luego permanecerá abierto pro 18 meses para que cada país lo ratifique a nivel parlamentario.

Pienso que el camino desde Río, pasando por Lima, hasta París ha sido largo y sinuoso, aunque finalmente alcanzando un punto de referencia: Ahora nos podrá conducir hacia un futuro de clima resiliente y más descarbonizado, si nos preparamos para recorrerlo. Pienso que el llamado del Papa Francisco en no demorar más un compromiso por la justicia climática ha sido escuchado y tenido en cuenta. La encíclica del Papa, Laudato Si’, no proveyó una guía técnica de cómo distribuir derechos individuales por el uso de la atmósfera. Pero sí pudo traer más luz sobre la dimensión ética del cambio climático y proveyó así principios fundamentales que deben ser aplicados a las soluciones, además de los provistos por la ciencia y la técnica: i) La opción preferencial por los pobres, los más vulnerables de nuestras acciones globales; ii) La justicia inter e intra generacional, ¿qué mundo queremos dejar a aquellos que nos preceden, a los niños que hoy están creciendo?; iii) Responsabilidad común pero diferenciada, entre las naciones. Todos somos responsables de buscar soluciones, pero no somos igualmente responsables; iv) La atmósfera, el océano, el clima, todo debe ser orientado hacia el bien común a fin de preservar la naturaleza y garantizar la justicia social.

Creo que la enseñanza del Papa Francisco fue inspiradora y ayudó a nuestros delegados nacionales a crear un ambiente positivo de esperanza y buena predisposición a los largo de las discusiones y debates. Ojalá que todos asumamos este peregrinaje hacia una casa común compartida, más bella y cuidada, que es la Tierra.

 

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Eduardo Agosta (primero a la derecha), en un almuerzo compartido con Mon. Marcelo Sanchez Sorondo (segundo a la derecha), Canciller del Pontificio Consejo de Ciencias, y el senador nacional Fernando Solanas (tercero a la izquierda), presidente de la Comisión de Medio Ambiente del Senado, y otros colaboradores, durante la COP21 en París.

* Eduardo Agosta Scarel es Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos. Es Investigador Adjunto del CONICET en el Equipo de Estudios en Clima, Ambiente y Sociedad de la Facultad de Cs. Fisicomatemáticas e Ingeniería

 

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